jueves, 29 de marzo de 2012

Salmo 22


Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?,
¿por qué no vienes a salvarme?,
¿por qué no atiendes a mis lamentos?
Dios mío,
día y noche te llamo, y no respondes;
¡no hay descanso para mí!
Pero tú eres santo;
tú reinas, alabado por Israel.
Nuestros padres confiaron en ti;
confiaron, y tú los libertaste;
te pidieron ayuda, y les diste libertad;
confiaron en ti, y no los defraudaste.

Pero yo no soy un hombre, sino un gusano;
¡soy el hazmerreir de la gente!
 Los que me ven, se burlan de mí;
me hacen muecas, mueven la cabeza
 y dicen:
“Este confiaba en el Señor;
pues que el Señor lo libre.
Ya que tanto le quiere, que lo salve.”


Y así es:
tú me hiciste nacer del vientre de mi madre;
en su pecho me hiciste descansar.
 Desde antes que yo naciera,
fui puesto bajo tu cuidado;
desde el vientre de mi madre,
mi Dios eres tú.
 No te alejes de mí,
pues estoy al borde de la angustia
y no tengo quien me ayude.
Soy como agua que se derrama;
mis huesos están dislocados
 Como perros, una banda de malvados
me ha rodeado por completo;
me han desgarrado las manos y los pies.
 ¡Puedo contarme los huesos!
Mis enemigos no me quitan la vista de encima;
 se han repartido mi ropa entre sí,
Mi corazón es como cera
que se derrite dentro de mí.
 Tengo la boca seca como una teja;
tengo la lengua pegada al paladar.
¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte!
y sobre ella echan suertes.
  
Pero tú, Señor, que eres mi fuerza,
¡no te alejes!, ¡ven pronto en mi ayuda!

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