Fueron innumerables,
las veces que te busqué.
Incontables, las veces que fuí
a tu encuentro.
Infinidad de veces, las que me sumé
en una muchedumbre que aclamaba tu paso.
Y al final, junto a la Aurora
en un Guadalquivir de ensueños
en la madrugada del tercer día
en la consumación de todo:
Viniste a mí.
Viniste y tocaste ese corazón inquieto,
en el que, torpe de mí;
tu habitabas siempre.
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